Fiesta de la Stma. Trinidad, misterio de amor, de reciprocidad en el amor y de comunión…

Written by José Luis Sicre. Fe Adulta

El ciclo litúrgico se abre con la venida de Jesús y culmina con la venida del Espíritu; el Padre está presente en todo momento. Es lógico que se dedique una fiesta en honor de la Trinidad. Para ella había que elegir textos que hablaran de las tres personas, al menos de dos de ellas. Pero no pretenden darnos una lección de teología sino ayudarnos a descubrir a Dios en las circunstancias más diversas. La primera, llena de belleza y optimismo, en los momentos felices de la vida. La segunda, incluso en medio de las tribulaciones, dándonos fuerza y esperanza. La tercera, en medio de las dudas, sabiendo que nos iluminará.

Dios presente en la alegría (1ª lectura)

Del Antiguo Testamento se ha elegido un fragmento del libro de los Proverbios que polemiza con la cultura de la época helenística: ¿cuál es el origen de la sabiduría? Para muchos, es fruto del pensamiento humano, tal como lo han practicado, sobre todo, los filósofos griegos. Frente a esta mentalidad, el autor del texto de los Proverbios afirma que la verdadera sabiduría es anterior a nuestras reflexiones y estudios; y lo expresa presentándola junto a Dios muchos antes de la creación del mundo, acompañándolo en el momento de crear todo.

¿Por qué se eligió esta lectura? San Pablo, en la primera carta a los Corintios, dice que Cristo es “sabiduría de Dios” (1,24). Y la carta a los Colosenses afirma que en Cristo “se encierran todos los tesoros del saber y del conocimiento” (Col 2,3). Este fragmento del libro de los Proverbios, que presenta a la Sabiduría de forma personal, estrechamente unida a Dios desde antes de la creación y también estrechamente unida a la humanidad (“gozaba con los hijos de los hombres”) parecía muy adecuado para recordar al Padre y al Hijo en esta fiesta.

Dios presente en los sufrimientos (2ª lectura)

Curiosamente, en este texto, que menciona claramente a las tres personas, los grandes beneficiarios somos nosotros, como lo dejan claro las expresiones que usa Pablo: “hemos recibido”, “hemos obtenido”, “nos gloriamos”, “nuestros corazones”, “se nos ha dado”. Él no pretende dar una clase sobre la Trinidad, adentrándose en el misterio de las tres divinas personas, sino que habla de lo que han hecho por nosotros: salvarnos, ponernos en paz con Dios, darnos la esperanza de alcanzar su gloria, derramar su amor en nuestros corazones. Para Pablo, estas ideas no son especulaciones abstractas, repercuten en su vida diaria, plagada de tribulaciones y sufrimientos. También en ellos sabe ver lo positivo.

Dios presente en las dudas (evangelio)

El evangelio, tomado de Juan, también menciona a Jesús, al Espíritu y al Padre, aunque la parte del león se la lleva el Espíritu, acentuando lo que hará por nosotros: “os guiará hasta la verdad plena”, “os comunicará lo que está por venir”, “os lo anunciará”.

Pienso que el texto se ha elegido porque habla de las relaciones entre las tres personas. El Espíritu glorifica a Jesús, y todo lo recibe de él. Por otra parte, todo lo que tiene el Padre es de Jesús. Tampoco Juan pretende dar una clase sobre la Trinidad, aunque empieza a tratar unos temas que ocuparán a los teólogos durante siglos.

Para entender el texto conviene recordar el momento en el que pronuncia Jesús estas palabras. Estamos en la cena de despedida, poco antes de la pasión. Sabe que a los discípulos les quedan muchas cosas que aprender, que él no ha podido enseñarles todo. Surgirán dudas, discusiones. Pero la solución no la encontrarán en el puro debate intelectual y humano, será fruto del Espíritu, que irá guiando hasta la verdad plena.

En la situación actual de la Iglesia, con problemas nuevos y de difícil solución, debemos pedir al Espíritu Santo que nos guíe “hasta la verdad plena”.

Reflexión final

En numerosas ocasiones, la liturgia repite la fórmula “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”. Es fácil caer en la rutina y rezarla mecánicamente. Hoy es el día más indicado para darle todo su valor, igual que a la recitación del Gloria, que se extiende en la alabanza del Padre y del Hijo (aunque al Espíritu solo lo menciona de pasada).

José Luis Sicre

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San Cirilo y San Metodio, patrones de Europa…

Santos Cirilo y Metodio Co-Patronos de Europa

14 DE FEBRERO

Muchos son los Santos Protectores del Viejo Continente asignado por los Papas en el tiempo. Hoy es la Fiesta de los Santos Cirilo y Metodio, que forman parte de ese elenco de Protectores de Europa. Sus verdaderos nombres eran Constantino y Miguel, que cambiaron al hacer la profesión religiosa, cuya vida fecunda de apostolado transcurre algún tiempo antes del Cisma entre Oriente y Occidente entre Focio y Cerulario.

Abrazaron la vida consagrada tras desencantarse del mundo y sus placeres efímeros que les dejaban cansados y con anhelo de un Bien que nunca pasase y que lo encuentrna en Dios. El Emperador de Constantinopla les envió como misioneros a los países yugoslavos. Durante este periodo emplearon un idioma especial para aquellas tierras, siendo denunciados por no utilizar el idioma establecido.

Pero una vez explicaron sus formas de proceder ante el Pontífice en Roma, alegando que lo hacían porque esas personas no sabían leer ni escribir, el Papa les dio la total aprobación animándoles a seguir en esa forma de apostolado. Cirilo enfermó gravemente después de una vida dedicada a la Viña del Señor, muriendo el año 869. El Santo Padre, hizo unas exequias muy solemnes en su honor, depositando sus restos junto a San Clemente, cuyas reliquias había llevado a la Ciudad Eterna cuando fue con su hermano.

Metodio, por su parte, fue consagrado Obispo por el propio Vicario de Cristo. Muchos tuvieron envidia del nuevo Prelado, secuestrándole. Pero intervino de nuevo el Papa, que pidió su inmediata liberación, amenazándoles con la excomunión si no lo llevaban a cabo. Muere el año 885. Tanto San Cirilo como San Metodio fueron declarados Patronos de Europa por San Juan Pablo II, junto a San Benito de Nursia, Santa Brígida de Suecia, Santa Catalina de Siena y Santa Teresa Benedicta de la Cruz.

Para mejor entender el Evangelio del domingo…

Tomado de la Página FeAdulta

comentario editorial fa7
col munarriz

Lc 6, 20-26

«Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios»

El mundo me dice que seré feliz si soy rico, si tengo poder o prestigio social, si no me dejo avasallar, si soy más listo que los demás para los negocios, si voy de diversión en diversión, si no me meto en líos, si no me insultan ni me persiguen…

Jesús, por el contrario, me propone un código de felicidad radicalmente distinto e inverosímil: ¿Quieres ser feliz…? —me dice—, pues confórmate con poco, comparte lo que tienes con los que no tienen, aprende a sufrir, di siempre la verdad, no seas violento, trabaja para que prevalezca la justicia, no trates de aprovecharte de nadie… y no te preocupes si te insultan y te persiguen por todo ello, pues a la larga serás mucho más feliz.

Y la pregunta es: ¿Creo en él? ¿Le creo a él? ¿Me fío de él? ¿Estoy dispuesto a vivir compartiendo, perdonando, sembrando la paz, trabajando por la justicia, actuando siempre con sinceridad y sin temor al sufrimiento? ¿Me lo juego todo apostando a unos criterios de locos; viviendo de acuerdo a unos valores tan estrafalarios como poco evidentes?…

Decir que sí, que me la juego, que cambio de vida, es tener fe en Jesús; lo demás será otra cosa. Creeré en Jesús si es él quien da sentido a mi vida; si es él quien manda en mis criterios y mis valores; si creo que son esos criterios los que pueden salvar el mundo del desastre y me comprometo con la tarea de hacerlo… Porque la fe no es un privilegio otorgado a unos y vedado a otros, sino el compromiso firme con un modo de vida, que no solo promete felicidad, sino que nos permite colaborar con Dios en la tarea de llevar su proyecto de salvación a buen fin…

Es difícil imaginar una tarea más apasionante que ésta, pero es preciso fiarse mucho de Jesús para abrazarla con fervor y llevarla hasta las últimas consecuencias. Nos entusiasma lo de Jesús, pero solo nos fiamos de él hasta el momento en que nos invita a salir de nuestra zona de confort. Un ejemplo es el texto de Lucas de hoy: «Dichosos los pobres», o ese otro de Marcos: «Vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y sígueme», pero como somos ricos y nos asusta la pobreza (Jesús no habla de miseria), optamos por los criterios del mundo en lugar de por los suyos.

Y no dudamos de que es Jesús el que tiene razón; que el camino propuesto por él es el único que lleva a la felicidad (aunque Jesús no sea el único que lo propone), pero nos falta el coraje necesario para emprenderlo. Como dijo Jon Sobrino en una charla en Pamplona: «A eso es a lo que tenemos miedo; a ser felices a lo cristiano».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Entrar en la dinámica del «cuidado» de los enfermos y de los que sufren, es entrar en la profundidad del amor cristiano. Nosotras, mercedarias, ¡Queremos cuidar de todos!

Tomado de la Conferencia Episcopal española

  • En la debilidad y en la enfermedad, en las personas que sufren encontramos a Cristo que nos pide ayuda.
  • La indiferencia no puede ser la única respuesta ante el sufrimiento de las personas enfermas.
  • Una cultura diferente, basada en Jesús, nos orienta para cuidar los unos de los otros.
  • Al amor no le importa si el hermano herido o enfermo es de aquí o es de allá, por encima de todo es hermano.
  • El modelo de cuidado es el del buen samaritano: lo cura con sus manos, lo acompaña y lo protege. Le regala su tiempo.
  • Todos tenemos algo de heridos, algo de enfermos. Cada uno de nosotros también necesitamos cuidados que en la Iglesia nos dan.
  • La entrega al cuidado del os enfermos es la gran satisfacción frente a Dios y a la vida del enfermo, y por eso, un deber.
  • Nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que se entregan para cuidarnos: médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos.

Mensaje del Santo Padre para la jornada mundial de los enfermos…


VIDEO MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON MOTIVO DE LA XXX JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO

febrero 11, 2022

Dirijo mi saludo a todos los que participáis en este webinar: «Jornada Mundial del Enfermo: Significado, Objetivos y Desafíos», organizado por el Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral, con motivo de la XXX Jornada Mundial del Enfermo. Y mis pensamientos van con gratitud a todos aquellos que, en la Iglesia y en la sociedad, están con amor al lado de los que sufren.

La experiencia de la enfermedad nos hace sentir frágiles, nos hace sentir necesitados de los demás. Y eso no es todo. «La enfermedad impone una cuestión de sentido, que en la fe se dirige a Dios: una pregunta que busca un nuevo sentido y una nueva dirección de la existencia, y que a veces puede no encontrar una respuesta inmediata». [1]

San Juan Pablo II indicó, sobre la base de su experiencia personal, el camino de este camino de investigación. No se trata de replegarse en uno mismo, sino, por el contrario, de abrirse a un amor mayor: «Si un hombre se hace partícipe de los sufrimientos de Cristo, es porque Cristo ha abierto su sufrimiento al hombre, porque él mismo en su sufrimiento redentor se ha convertido, en cierto sentido, en partícipe de todo sufrimiento humano, todo, de todo el sufrimiento humano –. El hombre, descubriendo a través de la fe el sufrimiento redentor de Cristo, descubre juntos en él sus propios sufrimientos, los encuentra, a través de la fe, enriquecidos con un nuevo contenido y un nuevo significado» (Carta apostólica Evangelii gaudium, n. Salvifici doloris, 11 de febrero de 1984, pág. 20).

Nunca debemos «olvidar la singularidad de cada enfermo, con su dignidad y su fragilidad». [2] Es la persona en su totalidad la que necesita cuidados: el cuerpo, la mente, los afectos, la libertad y la voluntad, la vida espiritual… La atención no se puede diseccionar; porque no se puede diseccionar al ser humano. Podríamos, paradójicamente, salvar el cuerpo y perder a la humanidad. Los santos que cuidaban de los enfermos siempre han seguido la enseñanza del Maestro: curar las heridas del cuerpo y del alma; orar y actuar juntos por la sanación física y espiritual.

Este tiempo de pandemia nos está enseñando a mirar la enfermedad como un fenómeno global y no solo individual, y nos invita a reflexionar sobre otro tipo de «patologías» que amenazan a la humanidad y al mundo. El individualismo y la indiferencia hacia el otro son formas de egoísmo que lamentablemente se amplifican en la sociedad del bienestar del consumidor y el liberalismo económico; y las consiguientes desigualdades también se encuentran en el ámbito de la salud, donde algunos disfrutan de las llamadas «excelencias» y muchos otros luchan por acceder a la atención básica. Para sanar este «virus» social, el antídoto es la cultura de la fraternidad, fundada en la conciencia de que todos somos iguales como personas humanas, todos iguales, hijos de un solo Padre (cf. Fratelli tutti, 272). Sobre esta base será posible tener tratamientos efectivos para todos. Pero si no estamos convencidos de que todos somos iguales, no saldrá bien.

Teniendo siempre presente la parábola del buen samaritano (cf. ibíd., capítulo II), recordemos que no debemos ser cómplices ni de los bandoleros que roban a un hombre y lo abandonan herido en la calle, ni de los dos funcionarios del culto que lo ven y pasan (cf. Lc 10, 30-32). La Iglesia, siguiendo a Jesús, el buen samaritano de la humanidad, siempre ha hecho todo lo posible por los que sufren, dedicando, en particular, a los enfermos grandes recursos personales y económicos. Pienso en dispensarios y centros de salud de los países en desarrollo; Pienso en las muchas hermanas y hermanos misioneros que han dedicado su vida a cuidar a los enfermos más indigentes; a veces ellos mismos enferman entre los enfermos. Y pienso en los muchos santos de todo el mundo que han comenzado obras de salud, involucrando a camaradas y hermanas y dando lugar así a congregaciones religiosas. Esta vocación y misión de atención humana integral debe renovar también hoy los carismas en el campo de la asistencia sanitaria, para que no falte la cercanía a las personas que sufren.

Dirijo un pensamiento lleno de gratitud a todos aquellos que en la vida y en el trabajo están cerca de los enfermos todos los días. A familiares y amigos, que asisten a sus seres queridos con afecto y comparten sus alegrías y esperanzas, tristezas y ansiedades. A médicos, enfermeras y enfermeros, farmacéuticos y todos los profesionales de la salud; además de los capellanes de hospital, los religiosos y religiosas de los Institutos dedicados al cuidado de los enfermos y muchos voluntarios, hay muchos voluntarios. A todas estas personas les aseguro mi recuerdo en la oración, para que el Señor les dé la capacidad de escuchar a los enfermos, de tener paciencia con ellos, de cuidarlos de manera integral, cuerpo, espíritu y relaciones.

Y rezo de manera especial por todos los enfermos, en todos los rincones del mundo, especialmente por aquellos que están más solos y no tienen acceso a los servicios de salud. Queridos hermanos y hermanas, os encomiendo a la protección materna de María, Salud de los Enfermos. Y a vosotros, y a todos los que os cuidan, os envío de corazón mi bendición.

Personas en las «cunetas de Dios» que son maravillosas, como la mujer siro fenicia del Evangelio de hoy…

Tomado de la Página Fe adulta  Gabriel Mª Otalora

Si algo resulta meridianamente claro en los evangelios, es la preferencia de Jesús por los excluidos y las personas «religiosamente incorrectas». Esto es algo esencial en Jesús porque priorizaba la necesidad más acuciante de las personas y la honestidad del corazón por encima de la ortodoxia. Una de esas personas que vivió en la periferia es Iris Murdoch, filósofa y escritora, que ahora traigo a colación en el centenario de su nacimiento.

Su familia era irlandesa anglicana de clase media, aunque su existencia se desenvolvió en el ateísmo y en Inglaterra. Lo importante es que no todas las personas ateas son equiparables. Según sus propias palabras, «Es indudable que somos criaturas espirituales, sometidas a la atracción de la perfección y hechas para el Bien». Lo cual le conecta con la multitud de personas que no siendo cristianas ni siquiera teístas, actúan con coherencia, en este caso intentando recuperar una comprensión platónica de la vida buena en su orientación radical hacia el bien desde su central preocupación ética: “Hacer filosofía es descubrir la verdad”, recordando que Jesús fue claro cuando dijo que el que no está contra nosotros, está a nuestro favor (Mc 9,40) aunque nuestra historia recoge gran cantidad de personas condenadas por no seguir los cánones de la ortodoxia sin atender a su corazón honesto que busca y trabaja por la Verdad sin sentirse partícipe de la Buena Noticia. Es preciso aquí recordar a Mateo 25,41 cuando se dice: En verdad os digo que, cuanto hicisteis a uno de estos hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. 

Ella y tantísimas más, mujeres y hombres, son las cunetas de Dios pero a la escucha y abiertos de corazón a la Verdad a pesar del desprecio a su coherencia. En los evangelios son muchos los ejemplos: la cananea, la sirofenicia, el centurión romano, el recaudador de impuestos, la prostituta, el samaritano, el publicano frente al fariseo… No son por ello mejores que nadie, pero de todos ellos debemos aprender, al ser los ejemplos de Jesús. Es cierto que Iris Murdoch no creía en Dios pero sí en el bien. En su etapa de filósofa, fue una humanista convencida de que la ética y la moral debían tener unos patrones universales: “Somos agentes morales antes que científicos”, llegó a escribir. Y luego profundizó en ello a través de la literatura.

Desde su búsqueda puso la idea del Bien -con mayúscula- a contracorriente de los filósofos de su tiempo, interesada como estaba en la idea moral del ser humano y de las posibilidades reales que tiene de hacerse mejor persona, mientras sus compañeros pensadores de la Inglaterra intelectual de entonces estaban a otras cosas. “Hay pocos lugares -escribe-, donde la virtud resplandece: por ejemplo, en la gente humilde que sirve a otros; ¿y podemos ver esto sin mejorar nosotros mismos?”, se preguntaba. Para ella, la filosofía consiste en explorar la verdad porque “necesitamos una filosofía moral en la que el concepto de amor, tan raramente mencionado hoy por los filósofos, debe ocupar un lugar central. Preguntas sobre si podemos hacernos moralmente mejores, es algo que los filósofos deberían intentar responder para encauzar el natural egoísta del ser humano”.

Hasta llegó a escribir en su conocido libro sobre la soberanía del bien que el deseo de Dios tiene por seguro recibir una respuesta, desde su convencimiento que el ser humano bueno ve la manera en que las virtudes se relacionan entre ellas. Este tipo de personas heterodoxas pero comprometidas con la esencia evangélica son las capaces de construir un mundo mejor desde su sensibilidad por los más desfavorecidos allá donde quiera que les haya tocado vivir.

Estamos hartos de gentes dogmáticas y excluyentes que pontifican cual fariseos hipócritas sin dar ejemplo. Al menos este otro tipo de personas, al ser amantes de la verdad, se convierten en semilla con su coherencia honesta al entender lo Bueno desde la búsqueda, que es como nos enseñó Jesús, y no desde la certeza, a veces tan soberbia, a la que nada ni nadie puede enseñar.  

¿No es el común amor humano una evidencia palmaria de un principio trascendente del bien? Ella trató de profundizar en esto desde la ética y también desde el arte.

Dios ha elevado grandes templos humanos de la Verdad salidos de las cunetas de la historia y de la misma religión. Cristo se manifestó en muchos excluidos, no lo olvidemos. Jesús mismo fue un excluido. Hoy es el día en que algunas de esas personas denostadas son buena noticia porque al menos intentaron buscar honestamente, sin percatarse de que una de las esencias más cristianas, que los de casa valoramos poco, es que la persona buscadora humilde es la que, de entre todas, tiene mayores posibilidades de volverse buena de verdad y encontrar lo que busca. Murdoch no fue perfecta, sin duda, pero fue una pensadora honesta, algo que muchos especialistas en la fe no pueden decir lo mismo.

Gabriel Mª Otalora