La Palabra del Señor del domingo, día de la Ascensión…

Tomado del Centro Arrupe-Valencia

Ascensión del Señor. Séptimo domingo de Pascua (Mt 28,16-20)

Los discípulos necesitan tiempo. Algunos siguen dudando, nos dice el relato evangélico de este domingo. Podemos creer que la experiencia de la Pascua exime de toda perplejidad y duda y no es así. Lo de Jesús ha terminado en un viernes de Cruz, aunque en un amanecer del domingo ellas experimentan que la muerte no retiene a Jesús: la comunidad se va pacificando y sintiendo a Jesús presente, los de Emaús han hecho un camino que les ha resultado profundamente gozoso, han entendido que el Viviente se muestra en el Pan y la Palabra compartida… pero aún falta algo.

Ya no están “atrancados” y con miedo, van encontrado Presencia y Sentido, pero aún están dubitativos, aún dudan si todo lo vivido será una euforia más o menos pasajera o, lo que es de más calado, si ellos tendrán fortaleza para seguir los pasos de Jesús o el camino de seguimiento acabará en la cruz como Jesús y… punto final. “Pero algunos dudaron”, nos dice el evangelio de hoy.

Realmente el Evangelio no nos engaña, toca vida y desde el domingo de Resurrección estamos percibiendo en los seguidores alegría, paz, duda, tristeza, miedo, confianza… la vida misma. La Resurrección del Señor no es un “final feliz” que borra lo anterior o nos saca de la realidad cotidiana.

La Pascua del Señor Jesús nos va a reubicar pero necesitamos ayuda, necesitamos de quién nos pueda echar una mano en los momentos de debilidad y de abatimiento. Necesitamos que alguien nos recuerde que siempre es tiempo de gracia y de que no podemos perder memoria viva y agradecida de todo lo acontecido en Jesús de Nazaret. Necesitamos uno que nos ayude (el “Paráclito”), necesitamos su Santo Espíritu. Getsemaní siempre estará en la memoria de la comunidad como recordatorio de nuestra debilidad y de que somos falibles, que fallamos, que es imposible seguir a Jesús desde la prepotencia y el orgullo.

Jesús se marcha, “asciende a los cielos”, y es bueno que se vaya, él mismo nos lo ha dicho. Jesús no se puede quedar para generar dependencias insanas que maten nuestra autonomía, libertad y responsabilidad. Jesús no se puede quedar para tutelarnos continuamente como “cuando éramos niños…” dirá San Pablo. Jesús se va para que desde el don de su Espíritu (domingo próximo de Pentecostés) podamos experimentar al que viene en auxilio de nuestra debilidad y nos recrea interiormente para poder caminar en la libertad de las hijas e hijos de Dios.

Por eso Jesús invita a sumergirse en el ámbito de Compasión que es la Trinidad Santa. La palabra “dios a secas”, dice el teólogo Gesché, les estalla en las manos, se les queda pequeña para expresar todo lo vivido con Jesús, dios no es “el solitario del cielo”, no es la “causa primera” o el “motor inmóvil” que puso este mundo en marcha y… ya os apañaréis. Jesús nos invita a vivir en el “nombre del Padre y del hijo y del Espíritu Santo”. Verdad es que en nuestra tradición “sabia e ilustrada” se ha dicho que del “dogma de la trinidad no se deriva ninguna verdad práctica” … pero creo que es todos lo contrario, la verdad práctica es la implicación compasiva de Jesús de Nazaret, el Hijo, que se vivió desde un Dios ¡ABBA!, y que nos dará su Espíritu de Fortaleza para que en su Ámbito encontremos descanso en nuestros cansancios, alivio en nuestros agobios, y Vida en nuestras muertes.

Toni Catalá, SJ

María, la mujer discípula que contempla el misterio de Dios…

Sabemos poco de la vida orante de María. Sin duda, enamorada como estaba de Dios, su relación íntima con Él tuvo que ser muy grande, porque su Hijo era Dios y la intimidad de María con Jesús fue total. En esos ratos de diálogo y de intimidad María trataría con Jesús de amor. Del amor grande del Padre, de lo agraciada que había sido, del misterio que no comprendía porque iba avanzando en la peregrinación de la fe, de las realidades de la vida cotidiana, etc. Sin duda que los diálogos de la Virgen con el Señor serían jugosos, llenos de amor, de presencia, de intimidad, de fidelidad, de piropos y requiebros de amor, de miradas llenas de complicidad, de comunicación de su ser más íntimo, de escucha de lo que Dios quería decirle, de aceptación de su voluntad. Porque todo eso y mucho más es la oración.

Y sin duda, la Virgen conocería de boca de Jesús lo que hoy nos dice el Evangelio: Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre yo lo haré. Jesús introdujo a la Virgen en el misterio de la confianza absoluta, tejida de fidelidad amorosa y amante por parte de Dios, y en la certeza de que toda palabra que sale de la boca del orante bíblico Dios la escucha. La oración de petición, que a veces nos parece una oración de baja calidad, no aparece así en la Escritura. Todos los grandes personajes bíblicos han sido grandes suplicantes. Lo mismo sería la Virgen. Porque esta oración nos sitúa en relación de DEPENDENCIA de nuestro Dios, de humildad y sencillez, de NECESIDAD DEL TOTALMENTE OTRO.

Hoy nosotras, hermanas mercedarias, queremos penetrar en el corazón de la Virgen para saber cómo se comunicaba Ella con Dios, para pedirle que nos ponga con Jesús y que nos convierta con ella en mujeres discípulas que oran intensa y profundamente. No hay vida evangélica, y yo diría ni vida humana autentica, sin oración. Y lo que no existe sin una vida intensa de oración, es la misión de la Iglesia y en la Iglesia. En la oración penetramos en la esencia del anuncio y quien no ora no tiene nada que ofrecer de Dios a los demás. No cometamos nunca el fraude de querer llevar a Dios a los demás, de anunciar la Buena Noticia, sin una vida intensa de oración. Ese fraude, sin duda, no nos lo perdonará la vida.